Las prácticas y expresiones estéticas han devenido campo de comprensión clave para valorar la manera como los grupos sociales exteriorizan sus expectativas de sentido y ponen en relación las experiencias afectivas que le dan
soporte vivencial a su existencia. En contextos de gran complejidad como los que ha generado la violencia política y el conflicto armado en Colombia, es común encontrar que las comunidades recurren con frecuencia a prácticas
simbólicas, o exhiben actitudes y comportamientos, cuyo valor no se puede entender por fuera del marco reflexivo y sensible que nos ofrece la estética.
En el mismo sentido una parte de los procesos creativos que ocupan a los artistas contemporáneos, se han afianzado en vínculos estrechos construidos en torno a la memoria de las víctimas de la violencia. Esto ha contribuido a
propiciar un doble juego configurador de carácter estético y político: por un lado, la materialización de procesos expresivos y de traducción de experiencias derivadas del drama que viven las víctimas, relacionados con los duelos no
resueltos, la ausencia, la pérdida o el despojo y, por otro lado, la consolidación de un archivo de registros, enteramente transmisible, que deviene memoria colectiva o sistema de referencias interindividual y que actúa como dispositivo
simbólico y testimonial de un contexto y un espacio-tiempo particular.
En coherencia con lo anterior, nos planteamos como apuesta central en este trabajo académico, la comprensión de algunas de las formas de mediación construidas por artistas, sobrevivientes y grupos sociales en torno a experiencias
ligadas con la violencia política y el conflicto armado en Colombia.
Para tal fin, desplegamos un marco comprensivo que se vale, en primer lugar, de un ejercicio arqueológico que busca determinar las relaciones vinculantes entre las experiencias estéticas y los procesos de representación, elaboración o resignificación que tienen lugar en algunas prácticas artísticas que han tematizado de forma directa la violencia política o en rituales y prácticas simbólicos inscritos en la experiencia cotidiana de personas y grupos
sociales afectados por el conflicto armado interno.
De la misma forma, se proyecta un ejercicio cartográfico, desde el cual, se hacen visibles procesos creativos, imágenes y prácticas estéticas derivadas de experiencias de interacción entre los artistas y las víctimas en distintos contextos y espacios geográficos, con el fin de enunciar puntos de conexión, contrastes y formas particulares de abordar las tensiones, alteridades y significados compartidos, sin perder de vista las implicaciones sociales y políticas que pueden derivarse de estos procesos expresivos.
Por último, hacemos referencia a los procesos de mediación en los que las expresividades estéticas y las producciones artísticas devienen dispositivos de relación, claves para visibilizar las formas de recrear las memorias
individuales y colectivas, en una sociedad compleja, cercada por fuerzas en confrontación. Estos marcos comprensivos, dan lugar, a su vez, a tres escenarios centrales de reflexión y conceptualización, los cuales, constituyen cada
uno de los tres capítulos que componen la propuesta académica.
Tomamos como casos de estudio y punto de referencia para el análisis, algunos de los proyectos artísticos de Juan Manuel Echavarría, Erika Diettes y el Colectivo Magdalenas por el Cauca, conformado por Yorlady Ruiz y Gabriel
Posada. Esta delimitación obedece al reconocimiento de que en su trayectoria, los artistas mencionados han consolidado una serie de aproximaciones a la experiencia de la violencia política en Colombia, en las cuales, se han
ocupado de recorrer zonas geográficas afectadas por las dinámicas de la confrontación armada, acudir a los relatos y testimonios de sobrevivientes y familiares de víctimas y de registrar algunos de los efectos, residuos materiales y simbólicos que la violencia ha dejado como inscripción.
Estas prácticas se ubican en una suerte de frontera, se sitúan en los puntos de intersección entre los marcos disciplinares de la investigación social y los discursos críticos; las experiencias y los testimonios de los sobrevivientes y familiares de víctimas y las posibilidades expresivas y técnicas de los lenguajes artísticos. No buscan representar los hechos, señalar responsables, inventariar los daños, sino más bien, inscribir un registro, crear un entorno que permita la mediación entre los testimonios y experiencias concretas y los procesos creativos, con el fin de provocar miradas reflexivas que cuestionan la naturaleza de los conflictos, que conmemoran el tránsito anónimos de los desaparecidos, cuestionan los éxodos y los desarraigos, le devuelven densidad a las imágenes y posibilitan espacios para el duelo y la memoria colectiva.
Si bien, la condición estética (sensible), de estos trabajos artísticos, hace que socialmente se ubiquen como formas de representación, las cuales, resultan relevantes en tanto aproximación simbólica a la experiencia de la violencia,
pero siempre subordinadas a los relatos históricos o a las reconstrucciones ¿objetivas¿ de los hechos, resulta necesario advertir que estas prácticas, configuran, al mismo tiempo, formas de registrar y documentar los efectos de la
violencia política, no en el sentido de que contengan un relato objetivo de acontecimientos particulares, sino, en la medida en que operan como dispositivos de visibilidad que, bien sea, desde una función simbólica o performativa,
permiten mediar y traducir de de un modo particular las experiencias y los efectos de la violencia, construyendo su sentido en ese espacio donde la palabra resulta un recurso limitado, donde el silencio y el olvido impuestos amenazan la posibilidad de la memoria.